domingo, 21 de noviembre de 1993

El síndrome Viracocha


Una vez, en Nicaragua, me quisieron pegar un tiro hablándome todo el rato de usted. Eso me gustó -no lo del tiro, sino el tratamiento-. Se trataba de un oficial, un teniente de los rangers somocistas en operación de búsqueda y destrucción de guerrilleros del FSLN. Yo estaba donde no debía estar: un lugar llamado el Paso de la Yegua, donde era difícil distinguir a los sandinistas de los campesinos, porque una vez muertos y alineados en el suelo todos se parecían una barbaridad. También, para irritación del milite al mando del asunto, hice un par de fotos que no debía hacer. Así que se vino para mí, desenfundó la Colt 45 y dijo aquello de:

-Disculpe, señor. Si no me entrega el carrete, ahorita mismo lo ultimo.

Dijo eso o algo por el estilo -han pasado quince años-, pero recuerdo perfectamente el señor y el tono respetuoso, no forzado sino espontáneo, natural, con que aquel hijoputa puso en mi conocimiento su resolución de levantarme la tapa de los sesos. Y es curioso. Cada vez que he viajado a Hispanoamérica, desde la Tierra del Fuego hasta el Río Bravo, he reencontrado siempre, para bien o para mal, el mismo tono de cortesía en los mejores y los peores hombres y mujeres con quienes me crucé: víctimas, verdugos, prostitutas, taxistas, amas de casa, funcionarios, paramilitares, campesinos. Independientemente de su buena o mala voluntad, de su brutalidad, crueldad o ternura, detecté siempre idéntico formalismo verbal: por favor, si es usted tan amable, tendría la bondad, señor, muchas gracias. Ahora acabo de dar una vuelta por México, una especie de peregrinación al pasado de nuestra Historia y nuestra sangre, y una vez más me sorprendieron, por contraste, ese tipo de cosas. Hasta cierto bigotudo patrullero con cara de azteca que exigía, sombrío, un soborno -su mordida para olvidar cierta presunta infracción de tráfico, mantuvo en todo momento un tono que, en lo formal, era amenazador pero impecablemente correcto:

-Esto tenemos que arreglarlo, señor. De alguna manera. Usted estacionó mal y delinquió.

Y la verdad es que resulta curioso. Allí, en las viejas colonias, a pesar de todos los recelos y los viejos prejuicios nunca olvidados, España continúa siendo una referencia válida en la que se admira, sobre todo, lo formal. Sorprende la lealtad a esa idea de la madre patria cortés y caballerosa, a ciertos modales que en otro tiempo los indiecitos admiraron en los orgullosos conquistadores que los esclavizaban, reencarnación de Viracocha a quienes, con el tiempo, se esforzaron en imitar cuando llegaron a la madurez y la independencia, haciéndolos suyos, mandando a sus hijos a estudiar a España cuando podían, adoptando la lengua, los usos, las actitudes atribuidas a quienes fueron sus colonizadores, sus dueños, a veces sus padres y a menudo sus enemigos.

A través de los siglos, la referencia siguió siendo válida y se mantuvo el estereotipo: orgulloso como un español orgulloso, educado como un español educado, culto como un español culto. La idea se mantiene hoy de modo instintivo en todas las capas sociales, aunque a estas alturas sea completamente falsa. Fiel a un fantasma muerto mucho tiempo atrás, Hispanoamérica rinde culto a ciertos modos y maneras que sigue creyendo propios de los españoles, ignorando -por suerte para ella- que esos modos y maneras hace mucho que dejaron de practicarse aquí. De ahí la pena que causan, a veces, esos hispanoamericanos que viajan a España en busca de la tierra y las gentes de que les hablaron sus abuelos. Matrimonios ancianos que te cruzas en la plaza del Callao de Madrid, recién robado el bolso ella, maltratados por un camarero, engañados por un taxista o despreciados por un policía. Aturdidos de descubrir que a este lado del Atlántico cualquier mala bestia se atribuye alegremente, para sí o para otros, el título de señora o caballero. Que bocazas analfabetos elevados al rango de alcalde, director general o diputado imparten lecciones de cultura y modales. Y que el usted y el hágame el favor fueron desterrados, hace tiempo, en beneficio de la grosería más elemental y el compadreo más infame, como si todos hubiésemos guardado, juntos, cerdos en la misma porqueriza. Con todo el respeto que nos merecen los cerdos.

Y es que a veces uno prefiere que lo balaceen, como dicen allí en Hispanoamérica, hablándole de usted, a que le tiren el café por encima, tuteándolo, como hacemos aquí. En la madre patria.

21 de noviembre de 1993

3 comentarios:

cecibmg dijo...

Podrian cambiar el mapa por favor? Es incorrecto. Los mapas y banderas de Paraguay y Uruguay estan intercambiados. Lo mismo con Ecuador y Colombia. Gracias!

Migmun dijo...

Hecho. Gracias por avisar, cecibmg.
Un saludo

Juan dijo...

Genial el articulo.
Lamentablemente en Buenos Aires es igual a lo descrito en España ...
En algunos pueblos del interior (no en todos) todavía se preserva la idea de respeto al prójimo.