domingo, 5 de marzo de 1995

Cuánto cuento


Válgame Dios. Hay como diez mil, no sé, presos preventivos en las cárceles españolas, donde los enchiqueran desde toda la vida durante meses y años hasta que a un juez se le ocurre preguntar qué pasa contigo. Y resulta que, de pronto, a los analistas y a los tertulianos y a los líderes de opinión y a los políticos y a todo Cristo le da ahora por decir que si tal y que si cual, y que a ver si esto de la cárcel preventiva es un abuso, oiga. Al arriba firmante las tomas de conciencia siempre le parecen bien, por aquello de más vale tarde que nunca. Pero me mosquea, sin embargo, que el debate surja precisamente cuando está pasando por el talego tanto mangui de cuello blanco, o sea, gente con viruta afiliada al Club de los Favores Mutuos. De esos a los que les pides setecientos mil millones de fianza para mañana a las once y, oye, los tíos van y los encuentran.

Porque digo yo. La cárcel preventiva se establece en España para dos clases de fulanos; los que son muy peligrosos si andan sueltos, como Violadores recalcitrantes, psicópatas, homicidas malos de verdad y gente así, y los que pueden escaquearse del largo brazo de la justicia. O sea, que la prisión preventiva puede hasta considerarse socialmente higiénica, porque evita que haya mucho cabroncete suelto. Lo que pasa es que el asunto hace agua por varias partes. En primer lugar, porque en este país la Justicia es más lenta que una película de Carlos Saura, y si Miguel de Cervantes hubiera sido preso preventivo en Alcalá Meco, en vez de un Quijote le habría dado tiempo a escribir tres. En cuanto a la segunda pega, bueno, qué quieren que les diga. A Roldan nadie le aplicó la prisión preventiva, cuando hasta la foca Peluso sabía que iba a tomar las de Villadiego de un momento a otro. A Conde sí se lo calzaron bien, pero hay que tener en cuenta que Conde era objetivo a liquidar tanto por el Gobierno como por el líder de la oposición, así que estaba cantado. Lo de Mariano Rubio, no me digan: cuatro días mal contados por el qué dirán, cuando a fin de cuentas lo suyo es todo un gobernador del Banco de España compadreando con sus colegas de la Biuti. Es Javier de la Rosa quien se ha comido más marrón; pero es que lo de aquí, el Atila del Tibidabo, era -nunca mejor dicho- de juzgado de guardia. Y total, han sido cuatro meses. Entonces uno va y piensa: mira tú qué casualidad. Ahora están desfilando los tiburones de cuello blanco, y los eficaces y profesionalísimos cerebros de aquella perfecta máquina de presunto terrorismo estatal presuntamente antiterrorista, que se llamó GAL como podía haberse llamado PGO (Pepe Gotera y Otilio), o TPSA (Todo por la Pasta S.A.). Y nadie excluye que la próxima ronda de preventivos, que puede ser larga, incluya a varios de los mireusté que aún circulan con coche oficial y escolta. Y resulta que justo ahora, con ese panorama, y con tanto juez arrepentido de cambiar su virginidad por un plato de lentejas -capten la bonita perífrasis- y dispuesto a que brille la luz de la Dura Lex Sed Lex (Duralex), va y se pone de moda eso de criticar por excesivas las medidas cautelares penitenciarias, o sea, el talego por todo el morro. Como si tocaran a degüello y todo el mundo procurara ablandarse el catre, por si las moscas.

Y claro. Uno no puede menos que acordarse de los colegas. De Luismi, por ejemplo, al que le rompieron el culo en la Modelo cuando con diecinueve años lo entalegaron preventivo por hacerse una tienda de embutidos. O del colega Ángel Ejarque, que es casi mi hermano y estuvo treinta años de su vida subiendo por la cara cada vez que a un madero se le ocurría decirle estás servido. O de Salva Gracia Segovia, mi tronco del Puerto de Santa María, que lleva más maco a cuestas, preventivo y del otro, que el conde de Montecristo. O de Olimpia, mi reclusa favorita del penal de Brieva. O del Llanero Solitario y la Colina del Cuervo, el Colao y su patada al juez aquel en los piños, y sus celdas de castigo; Lourdes la novia del mensaca, juanito y sus monos a solateras, las chicas de Onda Mujer de Carabanchel, y tanta otra gente que se ha comido sus preventivas, y se las seguirá comiendo sin que nadie los nombre en una tertulia de radio, ni se preocupe por si los meses o los años que se jalan antes de que les salga el juicio son muchos o pocos. Ni nadie les haga, a la entrada o a la salida del talego, ninguna puta foto. Creo que fueron dos viejos maestros, los periodistas Pepe Monerri y Zarco Avellaneda, quienes me contaron, hace años, que el único periódico censurado en Cartagena durante la guerra civil fue uno que tituló en primera página: Cuánto cuento y cuánta mierda. Pues eso mismo digo yo. Cuánto cuento y cuánta mierda.

5 de marzo de 1995

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