domingo, 9 de marzo de 1997

Intercambios carnales

La verdad es que no sé de qué puñetas se escandaliza tanto fariseo soplagaitas y tanto tonto del haba. A mí, francamente, que una -o varias- señoras estupendas de esas que salen en la prensa del corazón, de profesión modelos, o aficionadas, o francotiradoras profesionales, se lo monten a su aire con millonarios, industriales de campanillas, políticos con mando en plaza, presidentes de clubs de fútbol marchosos y demás personal bien sobrado de viruta, me parece de perlas. Y mucho más si en el intercambio afectivo o carnal correspondiente obtienen del enamorado y ahito prójimo visones, apartamentos, navidades blancas en esquiódromos de lujo y Mercedes de nueve kilos.

A mí, en fin. Que un individuo ande sobrado de ganas y encuentre a alguien que, por amor al arte o previo desembolso de razonable estipendio le alivie el depósito, es cosa de cada cual. Todos -y todas-  tenemos derecho a darnos un desahogo antes de palmarla, y cada cual se lo monta lo mejor que puede, con lo que puede y con lo que tiene. Tampoco veo objeción notable a que una señora que va a ser guapa diez o quince años más, como mucho, y no tiene otro capital que un metro ochenta, una cara bonita y un cuerpazo de bandera, procure rentabilizar el asunto antes de que lleguen las vacas flacas y nadie le diga ojos negros tienes.

Porque las cosas como son. Tal vez recuerden los lectores veteranos de esta página que el arriba firmante sigue desayunando cada mañana Colacao con Crispis y prensa del corazón. Y supongo que ustedes ven, como veo yo entre Crispi y Crispi, los caretos de algunos de los galanes. E incluso, en verano, les ven la tripa y los michelines fofos mientras toman el sol en sus yates frente a Puerto Banús. Y convendrán conmigo en que, por mucho que se cuiden y se masajeen y se trasplanten, si no estuvieran podridos de pasta, con esos años y esas pintas no iban a comerse una rosca en su puta vida, salvo pagando. Y eso es lo que hacen: pagar.

Mientras tecleo recuerdo a una guapa señora, que casualmente también era modelo y estaba -está todavía- tremenda, quien pasó cierto tiempo casada con un empresario bajito que la acompañaba a todas partes, pegado como una lapa, y en las fotos salía el hombre con cara de acojonado, como intentando averiguar por dónde iban a sonar clarines. Por fin, como se veía venir, la dama le dijo ahí te quedas, chaval. Y allí se quedó, cual pronosticaba yo para mis adentros. Pero oye. A fin de cuentas, que le quiten lo bailado. Previo pago de su importe.

Y me parece muy bien, oigan. Me parece bien que paguen. Porque no querrán, encima de la pasta que tienen los tíos, calzarse a esos pedazos de mujeres así, por su labia y gratis, y encima presumir luego con los colegas del consejo de administración. A ver si además pretenden que ellas se enamoren de sus apolíneas hechuras. Venga ya. El que quiera carne fresca y ya no esté en condiciones de ganársela por su cuerpo serrano, a pecho descubierto y por las bravas, que tire de talonario y se retrate sin rechistar con coches, apartamentos, viajes al Caribe y lo que haga falta. Y si lo sacan en el Hola y la legítima le pide el divorcio y cuatro mil kilos, que se joda. No te fastidia.

En cuanto a ellas, pues bueno. Unas tuvieron más suerte y se lo montaron con ministros de pelotazo, gente guapa, banqueros o anticuarios de postín que las colocaron para toda la vida, y otras tienen que buscarse el jornal alternando empresarios que les pongan un piso, elegantes futurólogos que las traigan del misterioso Oriente, o tronados condes italianos que las hagan salir en el Diez Minutos, que es una sección de anuncios por palabras tan buena como otra cualquiera. Pero en general, desde mi punto de vista, las feministas galopantes que tanto protestan con los anuncios del queso de tetilla gallego y con los bebés de Prenatal entre pezones de señora -anuncios que, por cierto, a mí me parecen bien- y se pasan el tiempo haciendo demagogia feminera barata, podrían emplear sus energías en reivindicar la figura incomprendida de esas mujeres que a su manera, y a estricto golpe de cono, se buscan la vida poniendo a los hombres en su sitio. Haciéndose pagar a peso de oro lo que otras pobres desgraciadas, con menos apariencia física o menos suerte, tienen que conceder gratis a los mierdas que las explotan, por la cara y sin soltar un duro, en su doble utilidad de chachas para todo y muñecas hinchables para el sábado sabadete. Ya saben: camisa blanca -planchada por ellas- y polvete.

9 de marzo de 1997

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