domingo, 13 de diciembre de 1998

Ángel

Se ha casado la hija de Ángel, y estuve en la boda para verlo de padrino, con una flor en la solapa, y repartiendo puros en el convite. Se ha casado con un chaval grandote, buena gente y trabajador, de esos a quienes las suegras adoran y a quienes los suegros ofrecen tabaco. Se ha casado la hija de mi tronco el rey del trile, el ex delincuente que hablaba por la radio, que luego se hizo honrado y que ahora vive como puede con veinte mil duros al mes, trabajando en una empresa -hay que joderse-de seguridad. Se ha casado la chinorri de mi plas, el que fue ladronzuelo de mercados, boxeador sin fortuna, timador callejero, trilero y golfo de pro. El que llegó a manejar la borrega y los tapones como nadie, y a quien la aristocracia del barrio, o sea, el personal que se busca la vida, respetó siempre como hombre cabal y de palabra, de esos que no se derrotan de un amigo ni se chotean de los enemigos, por muy perros que sean.

Ángel y el arriba firmante nos conocimos hace quince años. Yo necesitaba, por motivos profesionales, un chorizo experto en ciertas inquietantes habilidades. Él era el mejor en su registro, así que llegamos a un acuerdo entre caballeros. Luego vinieron muchas cañas y muchos bares y muchas conversaciones, y aquel programa de radio de los viernes por la noche, 'La ley de la calle', con Manolo el pasma y los otros, que duró cinco milagrosos años hasta que, cuando obtuvo el premio Ondas, se lo cargó el entonces director de RNE, un tal Diego Carcedo, honesto defensor de las libertades y demócrata de cojones.

Daba gloria ver a Ángel de padrino, con esa nariz de boxeador y esos ojos oscuros y atentos que no pierden comba y te miran fijo, como leyendo los libros de estudio que él nunca tuvo. Sus estudios fueron otros: la calle, la vida, la madera, el talego, los consortes. Por eso es como es. Duro y cabal como la madre que lo parió. El caso es que Ángel es mi tronco, mi colega, mi hermano. Hasta me dejó usarlo de modelo en 'La piel del tambor' para el personaje de el Potro de Mantelete. Y el otro día me llama y me dice, oye, colega, se casa la niña, así que te quiero ver, y si tengo que levantarme yo de la mesa del convite para que te sientes tú, pues me levanto. Y allí me fui, qué remedio, con una chaqueta azul marino y una corbata. Y todos los invitados eran gente honrada, amigos y familiares del novio o compañeros del actual trabajo de Ángel, pero todavía pude encontrar algún resto del pasado, algún superviviente de otro tiempo. Así que me estuve primero en la puerta de la iglesia con el Patillas y el Mellao, hablando de los viejos tiempos, y el Patillas, que ya está mayor que te cagas, me ofreció un pitillo disculpándose porque el tabaco rubio que fuma ahora es una mierda, pero es que cuando te retiras de la calle, dijo, hay que ir mirando con tiento la viruta que uno gasta. Y el Mellao, que también se bandea ahora lejos de las comisarías, me habló de cuando él y el Patillas y Ángel eran más jóvenes y se iban a la feria de Sevilla, y a los san fermines, y en verano a Ibiza a tangar guiris y pringaos, y en una noche de juerga quemaban doscientos papeles. Y luego fuimos a la comida, y hubo mariachis y baile, y Ángel bailó un pasodoble con la madrina y luego él y yo nos fuimos a un rincón a mirar el panorama y a los invitados, y me fumé un farias hablando de otros tiempos, y le dije ojalá tengas treinta nietos cabales como tú, colega, y yo vaya a los treinta bautizos. Y entre los treinta te jodan vivo.

Fui el único del antiguo grupo de la radio que estuvo en la boda. Ángel los había invitado a todos, pero el tiempo pasa, y la gente tiene cosas que hacer, y cambia, y Manolo el madero es ahora una estrella y anda, lo justificó Ángel, con mucha ruina y muchos compromisos. Y Mayte vive en otros rollos, y Mar Racamonde estaba de reportaje. Y el resto de la banda se perdió en los vericuetos de la calle y de la vida, como Ruth, la lumi que salía de los servicios de señoras de RNE vestida con minifalda para hacer la carrera, y que vete a saber por dónde anda ahora. O como Juan, pequeñito y rubio y duro, Juan y su tándem y sus camisas limpias planchadas por su vieja, de quien no hemos vuelto a saber nada, nunca más. Y con el farias mediado y una ginebra con tónica en la mano, yo miraba a Ángel y le sonreía, y el alzaba una ceja, como siempre, con aquel aire de resignado estoicismo, y decía así es la vida, amigo. Y yo pensaba para mi forro: suerte que tienes, Arturín. El privilegio de que un tío como Ángel te invite a esta boda y te llame amigo.

13 de diciembre de 1998

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