domingo, 4 de julio de 1999

Chotos, pollos y ministros


Es que es la leche. Uno no sabe si revolcarse de risa o blasfemar en arameo cuando imagina el cuadro. Ese despacho de ministerio, con su bandera. Ese ministro abnegado e intachable. Esos subsecretarios, asesores y correveidiles en plan tormenta de cerebros. Qué pasa con la cocacola, pregunta el ministro. Y con los pollos. Y con las criadillas de choto. Y con la colonia Tufy nº 5. Y con los panchitos y las gominolas. Porque me la estoy jugando, rediós. Me la estoy jugando y vosotros no os ganáis el jornal, y esta mañana me han sacado los colores en Moncloa. Que esto se nos va de vareta. Y los del elenco, muy dinámicos y en mangas de camisa y pidiendo café a la secretaria, como aprendieron en sus masters de Harvard y de Berkeley, diciendo: tranquilo, ministro, todo está bajo control. Que no cunda el pánico. Y el ministro contesta: eso, que no cunda el pánico, porque como cunda estamos bien jodidos. Y los asesores replican que no es para tanto. Cuéntaselo tú, Borja Luis.

Y Borja Luis se alisa la gomina, tira de bloc y le cuenta al ministro que no pasa nada. Que las cocacolas eran sólo dos cajas de doce, y en la etiqueta pone contamination made in Belgium, así que hasta Steve Wonder podría identificarlas. Y que los pollos ni se han acercado a la frontera. Y que las criadillas de choto chungas son las de choto MacPherson, que es una variedad de choto escocés que sólo se consume en algunos barrios de Glasgow, según se entra a mano derecha. Y que la colonia Tufy está limpia, y hasta la usa Ana Botella. Y que lo de los panchitos y las gominolas es un infundio de los fabricantes de palomitas para reventar a la competencia en el estreno de la Guerra de las Galaxias. Así que tú tranquilo, ministro. No te disminuyas. Sal y da la cara, que en ésta no te pillan.

Y el ministro sale y lo cuenta. Garantizo personalmente, etcétera. Cordón sanitario, cinturón de hierro, permanente vigilia. Aquí no pasa nada, y las criadillas son cojonudas porque tienen mucho potasio. En cuanto a los pollos, trajimos cuatro para verlos, pero no convencieron y se los mandamos a los de Kosovo, que a esos, total, les da lo mismo. Al final de la rueda de prensa sacan al ministro en el telediario bebiéndose a morro una cocacola. La chispa de la vida, dice el muy capullo.

Luego se va a su ministerio y se fuma un puro. Enciende la radio para ver cómo quedó la cosa, y oye a un camionero de Cuenca explicando que ignora la suerte de los cuatro pollos que fueron a Kosovo, pero que él personalmente hizo diez viajes a Bélgica y se trajo doscientas toneladas de pollos de ésos, que vio venderlos en un montón de pollerías y que los conoció por el acento. En cuanto a la cocacola, resulta que además de las dos cajas localizadas, que pone made in Belgium, hay otras trescientas mil cajas sin localizar donde no pone nada, que vienen del mismo sitio y se han repartido hasta en Chafarinas, y que el responsable de distribución para España acaba de pegarse un tiro gritando «no me cogeréis vivo» cuando iba a buscarlo la Guardia Civil. Y en cuanto al choto MacPherson, no sólo las criadillas tienen índices de plomo como para fabricar posta lobera del 12, sino que además esa variedad de choto está como una cabra y transmite la enfermedad de los chotos locos, que entre otras perversiones hace que los madrileños, a estas alturas, sigan votando a Álvarez del Manzano. Y que la colonia Tufy nº 5 tiene dioxinas sulfurosas, y a Ana Botella le han salido en el pescuezo unas ronchas que te cagas. Y que no sólo las gominolas y los panchitos, sino también las palomitas, contienen metacrilato clorhídrico espasmódico. Y además, en cada bolsita hay un rótulo que dice: Envasado en Doñana, Spain.

Entonces el ministro coge el teléfono y llama a su homónimo de Transportes y Aeropuertos, o como carajo se diga eso de lo que se ocupa el fulano. Cuéntame cómo haces para no dimitir, tronco, le dice. Cuéntamelo despacio, que tomo nota. Y el otro contesta: pues nada, tío. Esto es como lo de don Tancredo. Tú ni parpadeas hasta que pasa el toro. De momento échale la culpa a alguien: al bipartidismo mediático, al efecto 2000 o a Milosevic. Después te callas unos días, te vuelves invisible, y cuando aparezcas otra vez sales como si nada, hablando de otra cosa. De aquí a entonces ya verás cómo surge alguna historia diferente, y los periódicos titulan con los Balcanes, Gil y Gil, el pacto de Estella o el nuevo abonado a la bisectriz de Mar Flores. Lo bueno de gobernar aquí, colega, es que este país tiene muy mala memoria.

4 de julio de 1999

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