domingo, 26 de marzo de 2000

Preludio de Intifada


Aún me estaría riendo de no tratarse de un asunto grave, de esos que terminan poniéndote de muy mala leche. Hace poco, alguna autoridad más o menos competente calificó de “gamberrismo juvenil sin mayor trascendencia” los recientes disturbios protagonizados en Melilla por grupos de jóvenes y adolescentes de origen musulmán. La cosa se refería a la quema de contenedores, barricadas, y a los enfrentamientos con la policía tras la prohibición de importar corderos de Marruecos para la celebración de la Pascua islámica. Las normas de la Comunidad Europea prohíben la entrada de ese tipo de carne norteafricana; así que los corderos para el Día del Sacrificio fueron llevados desde España. Todo normal, en principio. Pero estallaron los incidentes, y hubo barricadas, piedras y leña.

Que jóvenes de origen marroquí se echen a la calle a cortar el tráfico y apedrear a los guardias, con El Ejido ahí mismo y reciente, no es una anécdota sin importancia. Es el síntoma externo de un problema. Pero lo peor no es el hecho, sino el enfoque oficial. Gamberrismo juvenil, dicen las fuerzas vivas. Chiquilladas. Los políticos y los caciques españoles son especialistas en la táctica del avestruz, y en que mañana responda el maestro armero. Todos tienen la impune certeza de que el problema, cuando estalle, tocará resolverlo a otros. Así vivimos enfangados en conflictos que cualquier ciudadano de infantería ve venir, pero que ningún político tiene el coraje de prevenir. No vayan a creer que somos esto o lo otro, y además necesitamos el voto de Mengano. Aquí, los responsables se reciclan o hacen de la amnesia virtud política. En la finca de semejante gentuza, conflicto aplazado es conflicto resuelto.

Melilla, como Ceuta, es un lugar complicado. Estoy convencido, con la catadura moral y el pulso de quienes nos gobiernan en esto, como en otras muchas cosas, siempre da igual quien nos gobierne, de que cuando Marruecos se decida a plantear el conflicto y apretar las clavijas, ese enclave será entregado al país vecino sin contrapartida alguna, mediante la simple bajada de calzones de nuestra tartamudeante política exterior. Eso, patrióticamente hablando, me tiene más o menos sin cuidado. Lo que pasa es que en Melilla tengo amigos, y me revienta imaginarlos haciendo las maletas y camino del puerto mientras los otros bajan del Gurugú y los legionarios, cabra incluida, cumplen órdenes y arrían la bandera como solemos arriarla: de noche y a escondidas. Con nocturnidad y alevosía.

Pero es que, además, en Melilla, como en Ceuta, hay cantidad de españoles de origen musulmán a los que no les apetece pasar bajo control de Marruecos. Por eso se largaron. Ellos, y los inmigrantes más o menos ilegales que han ido llenando la ciudad, quieren mantener sus tradiciones y su cultura, pero gozando también del legítimo derecho a beneficiarse de una Europa de trabajo y libertades. El problema es que no siempre el sueño se materializa, y mucha de esa gente se ve marginada y expuesta a la pobreza, la explotación y la desesperanza. Ahí es decisiva la intensa labor social desarrollada en la ciudad por grupos de ideología islámica —nunca se vieron tantos velos ni tantas barbas por la calle—, donde gente preparada, médicos, abogados, hacen por su gente labores que debería hacer y no hace la administración española. Por eso hay un germen soterrado de nacionalismo islámico, más fuerte a medida que son mayores las necesidades. Y como nada oficial se hace por atraerse a estos grupos, y todo queda en la demagogia habitual para ir tirando, un día ese movimiento se manifestará públicamente, de modo muy comprensible, en favor de Marruecos; que además —también es comprensible— tiene sus filas bien infiltradas hasta el tuétano. No sé si a favor de la monarquía cherifiana o de un nacionalismo islámico radical: en cualquier caso, se manifestará sin la menor duda, tarde o temprano. Y eso incluye, —contemplando también— las hipótesis más probables y las más peligrosas, que los jóvenes magrebíes y los que ya no lo son tanto, vueltos al Islam y a Marruecos como única alternativa, puedan echarse a la calle tal y como son: desesperados, duros, solidarios y valientes. En ese contexto, calificar de gamberrismo juvenil los primeros síntomas de lo que mañana puede ser una Intifada con todas sus letras —imaginen, cielo santo, al cabo antidisturbios Sánchez controlando una Intifada—,es de una ignorancia y de una irresponsabilidad inauditas. Porque nada de lo que acabo de contarles es un secreto para especialistas y Pepes Goteras y Otilios del Cesid. Eso lo sabe en Melilla hasta el más humilde vendedor de lotería. Los únicos que parecen ignorarlo son los de siempre. Los pasteleros sin escrúpulos que buscan el negocio y el voto para hoy, y nos condenan a la tragedia para mañana.

26 de marzo de 2000

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