lunes, 12 de febrero de 2001

De algo hay que morir


Me encantan la foto y la frase. La foto es de hace unos pocos días, la tengo recortada de un periódico y sujeta con chinchetas junto al ordenador, y en ella se ve a un paisano cincuentón, o sea, uno corriente, de infantería, con la boca abierta, tenedor en una mano y cuchillo en otra, mientras se calza un chuletón de ternera que da gloria verlo, de dos por dos palmos, tostado por fuera y poco hecho por dentro, como debe ser, canónico, con su correspondiente botella de vino. Pero lo mejor es el titular que recoge las palabras del gachó: «De algo hay que morir», dice mientras engulle. Tan campante. Con un par.

Confieso que cuando miro esa foto no puedo evitar un calorcillo de simpatía. El del chuletón, según cuenta el texto, ha estado comiendo carne toda su puta vida, y no está dispuesto a cambiar de costumbres, a sus años, ni por las vacas locas, ni por la ministro de Sanidad ni por la madre que la parió. En eso me recuerda al autor de mis días, un caballero que palmó a los setenta y tantos largos, y cuando en las últimas de Filipinas lo trincábamos fumándose un cigarrillo en plan clandestino decía: «A mi edad, más vale morir de pie que vivir de rodillas». y por lo visto, el del chuletón opina lo mismo. Espongiforme o no, estuvo comiéndoselo con mucho gusto y provecho toda su vida, cada vez que se lo permitía el bolsillo; ya estas alturas no va a cambiar de costumbres porque a una peña de gobernantes golfos y ministros sinvergüenzas europeos, españoles incluidos, con su imprevisión, su táctica del avestruz y su miedo a afrontar la realidad, hayan puesto patas arriba la confianza de los consumidores. Ya lo mejor no es mal modo de encarar el asunto. Uno sigue comiendo chuletones como si tal cosa, zampa que te zampa, y cuando dentro de unos años le diagnostiquen que el cerebro se le está deshaciendo a miguitas por las orejas, se come el último chuletón, se fuma un puro, pasa por El Corte Inglés para comprar un bate de béisbol o un buen garrote de nudos, y luego se da una vuelta por los ministerios de Agricultura y de Sanidad; y si puede, también por la presidencia del Gobierno. La ventaja en España es que no hay riesgo de equivocarse, porque como aquí nunca cesan a nadie, todos los responsables seguirán sentados en sus despachos como si tal cosa, o como mucho habrán cambiado de ministerio, o estarán en algún sitio oficial, enganchados a la teta de la otra vaca la vaca que siempre ríe, como Rómulo y Remo a su loba. Así que será fácil topar con ellos y darles, zaca, zaca, las gracias.

De cualquier modo, en algo va encaminado el del chuletón. Tal y como está el patio, uno no puede ir por la vida obsesionado con todo lo que come, porque entonces el acto de jalar se convertiría en absoluta paranoia, e íbamos a pasar más hambre que un divorciado sin abrelatas. Además, si uno lo piensa, resulta que de toda la vida hubo epidemias, peste, cólera, viruela, infecciones, triquinosis, envenenamientos por setas y cosas así, y la gente no armaba tanto escándalo con eso de morirse. De vez en cuando venía la mala racha, uno palmaba solo, por docenas o por millares, y punto. Lo único que ha cambiado es que antes el óbito individual o colectivo era por azares naturales y por causas más o menos primitivas que corrían a cuenta de los designios divinos; y cuando había mediación humana o se atribuía a alguien, con razón o sin ella, cogían al presunto responsable y lo asaban en la plaza pública o lo descuartizaban entre cuatro caballos. Ahora las causas suelen ser la irresponsabilidad y la codicia de golfos, comerciantes y políticos sin escrúpulos, a los que lamentablemente ya no se descuartiza, sino que se ampara con subvenciones estatales o se los confirma en sus cargos para evitar crisis gubernamentales que dan mala prensa en Europa. En lo demás, las cosas no son tan diferentes de lo que eran. Lo que pasa es que nos hemos amariconado mucho, y ahora nadie quiere trabajar duro, ni que le duela nada, ni morirse ni harto de vino, y no fumamos ni bebemos, y andamos mirando las etiquetas para que todo sea aséptico, incoloro, inodoro e insípido, y vivamos lo suficiente para que entre los hijos y los yernos nos lleven al asilo a hostias y allí sigamos viviendo veinte años más, por lo menos, tan felices con nuestra sonda y nuestro marcapasos y nuestro braguero, viendo al chófer de Rociíto en Tómbola y pellizcándole el culo a las enfermeras cuando nos traigan el puré de guisantes. Y olvidamos, como bien nos recuerda el paisano del chuletón, que una cosa es cuidarse y otra obsesionarse; y que a fin de cuentas de algo hay que morir. Que a cada generación le toca bailar con la más fea que le deparan el azar o la época. Y que durante siglos los seres humanos han vivido los azares de la existencia y luego se han muerto como al fin, con chuletón o sin él, nos moriremos todos. Pero sin darle tanta importancia y sin armar tanto escándalo. A ver quién cojones nos hemos creído que somos.

11 de febrero de 2001

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me mandaron a leer esto para contestar preguntas y no entiendo de q carajos se trata o q quiere decir.

Estos profeaore de español y sus pendejases...