domingo, 10 de junio de 2001

Jorge Juan y la memoria


Hay cosas que lo reconcilian a uno con las cosas. Y con las personas. Tengo delante El legado de Jorge Juan: un magnífico libro-catálogo editado por el Ayuntamiento de Novelda y la Caja de Ahorros del Mediterráneo -que supongo aflojó la pasta- con motivo de la exposición permanente que esa ciudad dedica a la memoria de uno de sus más dignos hijos, el importante marino y científico del XVIII don Jorge Juan y Santacilia: personaje fundamental para comprender su siglo en Europa, y prototipo de esos ilustrados -e ilustradas, que añadiría el lendakari- que de vez en cuando levantaron y aún levantan la cabeza para dar a este país miserable la oportunidad de cambiar a bien. Eso, claro, hasta que llegan los de siempre, le sacuden un estacazo en la cresta al ilustrado o ilustrada -cuando no es un paseo hasta las tapias del cementerio-, y todo vuelve a quedar como siempre, entre curas reaccionarios y políticos analfabetos sin un ápice de vergüenza, que, eso sí, aluden siempre a sus ciudadanos sin olvidar a las ciudadanas, y ahora, además, también han puesto de moda decir esa estupidez de escenario, en vez de situación, que es, creo recordar, la palabra de toda la vida. El escenario cultural de los españoles y las españolas es una piltrafa, dicen, por ejemplo -aunque en realidad no vale como ejemplo, porque eso no lo dicen-, en vez de la situación es una piltrafa. Modernos que te rilas, o sea. Tan políticamente correctos, tan angliparlos y tan viajados ellos. Los soplapollas.

Pero a lo que iba. Hablaba de Jorge Juan, y de que el Ayuntamiento de Novelda se ha apuntado un tanto de campanillas, sobre todo por lo raro que resulta en España que alguien invierta un duro en rescatar la memoria histórica que explica nuestro presente y nuestro - ¿esperpéntico?- futuro como nación con 3.000 años de historia en las alforjas. Así que es bueno, e insólito, que una caja de ahorros o un banco, en vez de subvencionar a los compadres y los golfos trincones de toda la vida, gaste la viruta en algo decente, útil y memorable. Porque rescatar la memoria del marino que junto a Antonio de Ulloa les quitó el protagonismo a los gabachos en la medición del grado del meridiano para determinar la forma de la Tierra, que impulsó la construcción naval europea y la ciencia de la navegación, y que fue respetado hasta por los enemigos -el almirante inglés Howe se detuvo en Cádiz para hacerle una visita y charlar un rato-, resulta mucho más que una iniciativa municipal aseadita. En esta España sin memoria y sin gana de tenerla, es una verdadera hazaña. Así que si pasan por Novelda, háganme el favor de darse una vuelta por el museo-casa modernista de la ciudad. La simple visita será una forma de agradecimiento a quienes la han hecho posible.

Por cierto que, con Jorge Juan de por medio, no deja de tener su triste guasa que el evento alicantino coincida en el tiempo con la destrucción, en Cartagena, del histórico dique construido en el arsenal de esta ciudad por ese mismo caballero y marino. Porque allí, después de que la alcaldesa Pilar Barreiro y sus presuntos concejales de presunta cultura -esos intelectuales del Pepé ante cuya gestión resulta inevitable preguntarse si alguno tiene el bachillerato- hayan dejado la ciudad y el puerto y media muralla de Carlos III hechos una mierda a base de ignorancia, torpeza y diseño, nuestra Marina de guerra acaba de echarle una manita al equipo municipal, cargándose por el morro una joya dieciochesca que en su momento fue la más avanzada del mundo en materia de ingeniería náutica: el primer dique naval sin mareas -había uno en Tolón, pero se drenaba con la marea baja-, vaciable mediante el uso de la bomba de fuego, lo que ahorró la vida de cientos de galeotes que debían hacer, hasta entonces, ese duro trabajo a mano. Un ingenio técnico milagrosamente conservado durante dos siglos y medio, que la Armada española del siglo XXI acaba de triturar -apenas pueden rescatarse ya algunos trozos de madera y parte de la antigua clavazón- para la construcción de unos nuevos atraques para submarinos. Pero claro. Uno comprende que la preservación de un patrimonio cultural único tiene hoy menos importancia que la vigorosa -qué digo vigorosa: gallarda- defensa de nuestra hegemonía naval y nuestras costas y nuestros pesqueros y nuestros intereses marítimos. Y que gracias a esos atraques para submarinos, que debían construirse precisamente así, y no de cualquier otra manera, seguiremos siendo el terror de los mares, como hasta la fecha, y podremos seguir torpedeando audazmente si es menester, sin que nos tiemble el pulso, con viril decisión y con la más avanzada tecnología adquirida mediante leasing, lo mismo a esquinados marroquíes que a perros ingleses o a narcotraficantes malosos. En suma, a cuantos nos tocan la flor y la soberanía. Paseando bien paseado ese respetado pabellón nuestro, que no se puede aguantar, por la gloria de mi madre.

10 de junio de 2001

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