domingo, 21 de abril de 2002

Teta y pólvora


Imagino que no se llama teniente Mariloli; pero ni el Ministerio de Defensa ni los periódicos dan su nombre, y de alguna forma tengo que llamarla. El caso es que la teniente Mariloli, además de soldado o soldada, es madre. Su bélica vocación no quita que tenga una criatura. Y como sus jefes no le dejan tiempo para el ejercicio materno, ha montado una bronca a base de batalla legal y con consecuencias políticas. Su demanda arguye que los rigores del horario castrense resultan incompatibles con el cuidado de su hijo. Y estoy de acuerdo: son incompatibles con eso y con muchas otras cosas. Imagínense a la teniente consultando el predictor tras las líneas enemigas mientras calcula si romperá aguas antes de la victoria final. O cubierta de sudor y sangre, interrumpiendo el combate porque es hora de la teta. O que la pólvora del último asalto a vida o muerte le haya contaminado la leche, y se fastidie la lactancia y luego el mamoncillo crezca con poco calcio. Lo que pasa, claro, es que, asumido el conflicto de la teniente Mariloli entre amor materno y ardor guerrero, la pregunta que te haces no es si la vida militar resulta compatible con el cuidado de un hijo, sino justo lo contrario: si quienes tienen a su cargo el cuidado de un hijo, o planean tenerlo, son compatibles con las situaciones clásicas de lo que en todos los países del mundo -menos en esta España demagógica y soplapollas-, se entiende por vida militar. Ahí me temo que el problema afecte más a las mujeres que a los hombres; salvo que ustedes me digan que también en la cosa bélica debe haber absoluta igualdad de sexos, y que marido y mujer han de turnarse equitativamente en el biberón y en el campo de batalla, porque una trinchera talibán pueden asaltarla, o defenderla, o lo que sea, lo mismo veinte Marilolis que veinte Manolos -si me salen con eso, hemos terminado ahora mismo esta conversación-. Además, que las fuerzas armadas de aquí sólo estén para hacerse fotos llevando el botijo de los norteamericanos en Kosovo o Afganistán, y que a Piqué y a Solana se les descojone Sharon de risa en la cara, no significa que un ejército sea una oficina o una fábrica o un supermercado. Ahora todo soldado es voluntario y está para lo que está: para obedecer a cambio de una paga, joderse cuando toca guardia, e ir a la guerra cuando toca guerra, a tragar mierda y lo que se tercie, a matar y a que te maten sin rechistar. Así ha sido siempre, pese a toda la murga moderna con las misiones presuntamente humanitarias o antiterroristas, con el ejército español para la paz y toda la parafernalia, y con esa demagógica desvinculación que se pretende ahora entre ejército y guerra, como si ya no tuviesen que ver uno y otra. Algo así como decir: tengo un cuerpo de bomberos, pero los incendios son moralmente reprobables y prefiero ignorarlos o que los apaguen otros. Así que tengo bomberos para darles juguetes a los niños quemados, el día de Reyes.

A ver si nos entendemos. Un soldado, en esencia, no es más que un hijoputa que es mejor que esté de tu parte y joda a otros, a que este de parte de otros y te joda a ti. Luego entran los matices: el heroísmo, la dignidad, el sacrificio y todas esas cosas; que a veces están bien pero siguen sin afectar el hecho principal: aunque en España lo de las fuerzas armadas sea un bebedero de patos, la guerra está ahí afuera, es una desgracia histórica permanente, y no va a ser Federico Trillo, ni los juguetes antibélicos, ni las oenegés de Almería, lo que cambie el rumbo de la sucia condición humana. La cuestión es si tienes ejército de verdad o tienes sólo un pretexto para figurar en la OTAN. Si estas dentro o no lo estás. Si eres soldado o si la puntita nada más. Las reglas están ahí y su aceptación es voluntaria: así que la teniente Mariloli podría habérselo pensado mejor antes de jugar a la teniente O'Neil, que al fin y al cabo no es más que una puta película. Y también podrían haberlo pensado esos tiñalpas del Ministerio de Defensa que ahora andan poniendo parches y buscando soluciones. Los mismos que, para mantener unas fuerzas armadas que son una patética piltrafa, llevan años recurriendo a emigrantes y a mujeres para cubrir las plazas profesionales mal pagadas y poco atractivas que a los varones de aquí les importan un carajo, abriéndolas a candidatos sin otra motivación que un curro para comer caliente. Convirtiendo así a España en el segundo país occidental, tras Estados Unidos, en mujeres militares; dato del que, encima -entre el ejército gringo y el nuestro hay pequeñas diferencias-, algunos cretinos y cretinas alardean orgullosos y orgullosas. Eso supone casi una hembra por cada diez máquinas de matar, feroces legionarias incluidas. Y no cuenta a las 1.072 mujeres soldado que han pedido la baja por depresión en los últimos cinco años. Ya saben: el ambiente machista, el estrés. Pero no perdamos la esperanza. El estrés desaparecerá el día en que nuestras fuerzas armadas establezcan al fin un adecuado ambiente feminista. Se van a enterar los marroquíes cuando quieran tocarnos los ovarios con Ceuta y Melilla.

21 de abril de 2002

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