domingo, 12 de octubre de 2003

Jurados del pueblo popular


Me sonaba el asunto, así que acabo de remover papeles viejos para comprobarlo. Y sí. En noviembre hará ocho años, mi artículo de esta misma página se titulaba No quiero ser jurado, y en él explicaba las razones en mi constructivo tono habitual. Nunca en este país de hijos de puta, era más o menos la conclusión del asunto. A estas alturas de la feria no voy a tirarme pegotes, porque tampoco era difícil prever lo que se avecinaba; pero ahora, después de lo del fulano que se cargó a los ertzainas y la metida de gamba con Dolores Vázquez y compañía, debo reconocer que me quedé corto. Y además, rectifico. Entonces sostuve que era mejor no depender del capricho, antipatía, senilidad o mala digestión de un fulano, sino de doce. Y no. Me lo envaino. Lo de los doce es todavía peor. Lo del jurado popular integrado por el pueblo. Además, hace ocho años todavía no habíamos ganado a pulso el título de sociedad basura que ahora ostentamos con desvergüenza, aunque íbamos de camino.

Me explico. En aquellos tiempos podía tocarte, a lo peor, un jurado de espectadores de Código Uno –ése fue mío durante mes y medio– o de Lo que necesitas es saber dónde. O sea. Basurita más o menos controlable. Los que ahora pueden juzgarte son espectadores contumaces de Gran Tomate, Salsa Marciana y demás. Gente que tiene en la tele exactamente lo que pide. Y lo que pide es espectáculo sin reglas, protagonizado por profesionales de la telemierda. Como la fórmula es eficaz, ya no se limita al ámbito clásico de las bisectrices de Carmen Ordóñez o Sara Montiel, sino que contamina todos los aspectos de la información general. Y así puede verse a cualquier pedorra autocalificada de periodista hablando de derecho penal a las cuatro de la tarde, a un maricón de penacho de plumas y pandereta subido a una mesa explicando cómo habría resuelto él la guerra de Iraq, o a un putón esquinero fichado como comentarista rosa explicando por qué le ve cara de asesina a ésta o aquélla. Amén de las rigurosas encuestas televisivas de costumbre a pie de obra, con los vecinos de la víctima o el verdugo aportando su objetiva lucidez al asunto.

Así que me ratifico. Y digo más. Si hace ocho años no quería ser jurado ni por el forro, ahora, tal y como han ejecutado la cosa, le rezo cada día a San Apapucio y al Copón de Bullas para no caer nunca en manos de doce sujetos cuyo único vínculo con la realidad pueda pasar a través de nuestra puta tele. Me importa un carajo, además, esa falsa polémica que se han montado algunos soplacirios de que el juez es algo de derechas y el jurado es de izquierdas. Si algún día, por ejemplo, me acusan de asesinar a mi editor, de plagiar a Corín Tellado o de darle dos hostias a un catedrático de Murcia, y me van en el lance la libertad o una pasta gansa, prefiero jueces expertos que conozcan su oficio, o mejor –y esto sería mi ideal– jurados mixtos dirigidos por profesionales del oficio, en vez del habitual desparrame popular, acéfalo e indocumentado que los defensores a ultranza de esa modalidad radical, acomplejados como demócratas de hace media hora, creyeron descubrir en las películas gringas, olvidándose peligrosamente de los a veces penosos resultados de esa clase de tribunales en el siglo XIX y en la Segunda República, e ignorando, sobre todo, dónde estamos, quiénes somos, y lo poco que nos dejan ser.

Porque ya me dirán. Si el manejo de un cazabombardero se confía a un experto, no veo que sea antidemocrático negarle el derecho a pilotarlo en exclusiva a una maruja o marujo sin preparación técnica y encima adictos a Qué me cuentas, Corazón. Lo mismo pasa con la administración de justicia, sobre todo en esta tierra violenta, analfabeta y de tan mala leche, abonada para el linchamiento, en la que, cuando cierta clase de pueblo abre la navaja y emite veredicto, no queda resquicio alguno para razones técnicas ni veleidades intelectuales. Frente a eso, para aprovechar el sentido común de la gente de bien, que la hay, y educar de paso a las malas bestias en el ejercicio de las libertades y responsabilidades, no basta entregar la administración de justicia como se arroja bazofia a una piara de cerdos, para que se la repartan a su aire. Hay que orientar, aconsejar, dirigir. En un sistema mixto, un juez decente y eficaz puede ayudar a que los jurados sean decentes y eficaces. A que, en resumen, se haga justicia. Lo demás son complejos y son películas.

12 de octubre de 2003

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buff. El tema da para mucho. En la esencia estamos de acuerdo.