lunes, 21 de junio de 2004

En Londres están temblando

Huy, qué miedo. Una enérgica protesta, nada menos. Temblando tienen que estar en Londres. Resulta que el Gobierno español ha protestado con extrema energía ante el británico, después de que dos militronchos de la Royal Navy, adscritos a los servicios secretos de Su Graciosa Majestad, fueran descubiertos en la Costa del Sol al volante de una furgoneta con matrícula de Gibraltar cargada con material militar. Sin pedirle permiso a nadie, claro. Por la cara, como suelen. Por lo visto, lo que mosqueó a los picoletos, o a los maderos, o a quienes los trincaron, fue que conducían sobrios. Y ya se sabe: dos ingleses sobrios en Málaga llaman mucho la atención. El caso es que a los guiris los colocaron creyendo que se trataba de narcotraficantes; pero al darles el estáis servidos dijeron: no, oiga, somos agentes de la Queen y de su vástago el Orejas, ya saben, Cero Cero Siete al aparato. Esto es material secreto y lo llevamos a nuestra colonia colonial. Somos unos mandados, y las explicaciones las da el maestro armero. Así que las autoridades españolas se pusieron en contacto con el maestro armero, y éste dijo lo de siempre: sorry my friend, very lamentable mistake, error, malentendido, cosas de la vida y del tráfico por carretera, etcétera. No ocurrirá never more, santo Tomás Moore. 

Pero no vayan a creer que las autoridades españolas, que en asuntos de soberanía nacional son siempre enérgicas y tenaces cual perros doberman, se dieron por satisfechas. No. Vía Ministerio de Exteriores, el Gobierno exigió a las autoridades británicas una explicación exhaustiva de lo ocurrido. Lo hizo, insisto, con tanta energía y firmeza, que estoy seguro de que a la hora de publicarse esta página –la tecleo con tres semanas de antelación– el Gobierno británico, acojonado, habrá aclarado el asunto con luz y taquígrafos. Faltaría más. Ni Blair –el amigo íntimo de Bush y del extinto José María Aznar, el Eje del Bien– ni sus ministros de la Pérfida Albión desean verse expuestos a las espantosas represalias que la audaz diplomacia española puede poner en marcha si no media satisfacción conveniente. Tiemble después de haber reído, míster. A ver si se creen esos fanfarrones arrogantes que porque, hace dos años y mandando el Pepé, el desembarco en pleno día de treinta comandos de marina británicos en una playa de La Línea no tuviera consecuencia ninguna –fue un error, dijeron también entonces, imperturbables–, nuestra Costa del Sol va a convertirse en el chichi de la Bernarda. 

Uno, que tiene sus fuentes, ya ha recibido el soplo sobre la panoplia de represalias que el Gobierno español se dispone a aplicar si no se aclaran las cosas. Tampoco se trata, ojo, de que la sangre llegue al Estrecho. La chulería y el desprecio continuos de Londres, los barcos de la OTAN escoltados por naves británicas bandera al viento cuando cruzan la bahía de Algeciras, el contubernio portuario, el pasarse por el forro de los huevos las aguas territoriales españolas, el blanqueo de dinero, los treinta mil gibraltareños y su chollo vitalicio, beneficiándose al mismo tiempo de España, Gran Bretaña, la Unión Europea y el campo de Gibraltar, no van a secuestrar las grandes líneas de nuestra serena política exterior. Y menos ahora, cuando al fin volvemos a Europa, dicen, y tenemos a ésta –nada más hay que verla– comiéndonos alpiste en la mano. O sea, que no hay que esperar gestos espectaculares, sino talante adobado de firmeza: mano de hierro en guante de terciopelo. Por eso las represalias que prepara el Gobierno español serán sutiles de forma, pero contundentes en cuanto al fondo. No les quepa duda. A mí, por lo menos, no me cabe. Entre ellas se contempla subir el precio de la litrona de cerveza, prohibir a los turistas ingleses rapados, tatuados y sin camiseta vomitar más de ocho veces seguidas en la vía pública, y hacer que al fin, con todo el peso de su autoridad, la Guardia Civil empiece a amonestar severamente con el dedo, o a mover la cabeza con aire reprobador, cada vez que vea pasar a esos hijoputas que viajan por España con el volante al otro lado y menos papeles que Farruquito, y que cuando se toman la decimosexta sangría ya no se acuerdan de circular por la derecha. Se van a enterar. No saben los ingleses con quién se juegan los cuartos. Hay Bambis que se revuelven en un palmo de terreno, oigan. Y se vuelven tigres. 

21 de junio de 2004 

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