lunes, 4 de septiembre de 2006

Ahora se enteran de las medusas

Aú, aú, aú. Alarma, alarma. Inmersión. Este verano, las autoridades y el respetable público nos hemos enterado, con el sobresalto adecuado vía telediarios, de que el Mediterráneo está hasta las trancas de medusas perversas y malosas que hacen pupita. Todo un espectáculo, esas playas abarrotadas de gente acojonada en la orilla, sin osar mojarnos, con nuestros críos entusiasmados, eso sí, correteando con salabres, y la arena llena de medusillas y medusazas que todo cristo fotografiaba con los móviles mientras protestábamos indignados. No hay derecho. Uno viene de vacaciones, maldición. Que las autoridades hagan algo. Y las autoridades, claro, haciendo lo que mejor hacen de su oficio: salir en la tele contándonos lo que les preocupa el fenómeno, y cómo van a tomarse las medidas oportunas, etcétera. A fin de cuentas, profesionales de la mojarra como todo político que se precie, esos pavos –y pavas– saben perfectamente que no passsa nada. Para eso tienen asesores que los asesoran, explicándoles que lo de las medusas, señor ministro, se manifiesta con el calor y las corrientes, y va por rachas y por épocas del año; así que con algo de suerte, para septiembre mis primas se habrán ido a darse un garbeo por el fondo del mar, o a cualquier sitio discreto donde no den mucha murga, y el personal olvidará el asunto hasta el año que viene, porque en invierno chapotea poca gente. Y el año que viene es exactamente eso: el año que viene. Y luego, el otro. Ahí nos las den todas. 

Lo que no he oído decir a ninguna de esas dignas autoridades, y miren que me extraña, es que el problema no tiene solución. Que lo de las medusas empezó hace tiempo, que en su momento no se hizo ni puto caso, y que ya es irreversible, porque el equilibrio ecológico se ha ido al garete a causa del calentamiento del mar, la sobrepesca, la urbanización salvaje, los vertidos y la contaminación. Consecuencia, todo ello, de nuestro egoísmo y nuestra inmensa estupidez. Cuando hablan de medidas para atajar el problema, no dicen la verdad: que tales medidas son ya imposibles de aplicar, pues exigirían actitudes que nadie está dispuesto a mantener y sacrificios que nadie quiere realizar. ¿O sí? ¿Los constructores sinvergüenzas y sus políticos lameculos a sueldo, que han convertido el litoral mediterráneo español en una pesadilla de hormigón, van a dejar de comprarse yates tamaño Pocero por unas medusillas de nada? ¿Los ciudadanos indignados y solidarios reaccionaremos con nuestra movilización y nuestro voto, mandándolos al paro y al talego? 

¿O tal vez inflándolos a hostias? ¿Vamos a repoblar el Mediterráneo con las especies que antes se jalaban a las medusas, y que ahora, al desaparecer, les dejan campo libre y pajera abierta? ¿Con el atún rojo que cuatro golfos llevan años exterminando impunemente para exportarlo a Japón, gracias a la complicidad pasiva y activa de las autoridades de pesca y los poderes autonómicos correspondientes? ¿Con las tortugas marinas asfixiadas entre redes asesinas, que nadie ha movido un dedo por proteger? ¿Con los doscientos atunicos de palmo y medio que aficionados imbéciles alardean de capturar en sólo una mañana? ¿Con los miles de peces prematuros que cubren el mar frente a un puerto cuando los pesqueros llegan y se enteran de que dentro está la Heineken de la Guardia Civil? 

Un consuelo queda, al menos. Que con esto de la pérdida de fauna y flora autóctonas, la sobreexplotación y el calentamiento, los científicos dicen que medio millar de especies forasteras invaden ya el Mediterráneo, que las medusas van a ser hermosas como para ponerles un piso, y que vía canal de Suez se nos cuelan hasta tiburones del mar Rojo, que después de una dieta de eritreos y sudaneses tienen unas ganas de jalar impresionantes. Y puestos a irnos todos a tomar por saco, como merecemos, y que aquí palme Sansón con todos los filisteos, a algunos eso nos hace albergar, al menos, la esperanza de que haya cierta justicia biológica en el orden de las cosas, y ver un día a la ministra Narbona, por ejemplo, haciendo de capitana Garfio ante las mandíbulas de un escualo de cuatro metros, tic-tac, tic-tac, o al portavoz Zaplana saliendo de la playa, en Benidorm, con una medusa Aurelia –las que tienen cenefa azul– pegada al ciruelo. Y entonces, que venga a comprar cemento sin agua ni luz, a defecar con todos en el colector de la misma playa, y a jugar al golf como si esta inmensa mierda fuera Irlanda, la puta que nos parió. 

3 de septiembre de 2006 

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