lunes, 6 de noviembre de 2006

Ni saben ni quieren saber

Les hablaba hace poco de lo difícil que se va poniendo en España dar un mitin político, una conferencia o expresar en público una opinión, sin que un piquete de lo que sea intente silenciar al invitado de turno. Para confirmarlo –que no hacía maldita la falta–, al día siguiente de teclear esas líneas, a don Manuel Fraga le interrumpieron una conferencia en Granada medio centenar de jóvenes llamándolo asesino y fascista. Después le tocó en otro sitio a Carod Rovira, y menos gordito simpático le dijeron de todo. Los que acosaron al político catalán eran diez fulanos de extrema derecha –la auténtica, no la que adjetivan ciertos soplapollas pretendiendo reescribir la Transición y la Historia–; así que, en realidad, esos animales salvapatrias se limitaban a lo que se espera de ellos: mantener viva la tradición de quemar libros y apalear bocas, que tiene rancia solera europea, tanto nacionalsocialista como nacionalsindicalista. 

Lo de Fraga, en cambio, me preocupa más. Y no por el abuelo, que tiene más conchas que mi tortuga Amanda, sino por quienes liaron la pajarraca. Lo inquietante es que esos jóvenes se autodenominaran de izquierdas. Porque si es verdad que la izquierda española oficial de toda la vida, compañeros del metal y todo eso, acabó degenerando en el penoso espectáculo botijero de sandez, obviedad y demagogia inútil verde manzana que se pone de manifiesto cada vez que abre la boca su secretario general, señor Llamazares, no es menos cierto que uno espera, en el fondo de su corazoncito, que el futuro alumbre alguna vez una izquierda diferente, eficaz, provista de argumentos sólidos, de coraje político y de la cultura republicana que hoy es fácil adquirir a poco que uno acceda a las fuentes formativas adecuadas, que para eso están ahí. 

En tales circunstancias, resulta desazonador que, comentando el pifostio granadino del señor Fraga, un joven individuo llamado Ramón Reyes, que responde, nada menos, al formidable título de secretario provincial del Sindicato de Estudiantes de Granada –alguien tendría que explicarme algún día en qué consiste exactamente un sindicato de eso, y yo a cambio le explico lo del SEU–, justificara el incidente afirmando, por la cara, que el viejo político gallego «nunca ha apretado el gatillo, pero lo ha ordenado», y culpando además a la Universidad «por invitarlo con el dinero de todos los contribuyentes». Apenas leí tales declaraciones, corrí al diccionario de la Real Academia y, abierto por la página 847, leí la siguiente definición de la palabra imbécil: «Alelado, flaco de razón». Después busqué en la página 98 la segunda acepción de analfabeto: «Ignorante, sin cultura o profano en alguna disciplina». Y de ese modo pude confirmar, con el respaldo de la autoridad adecuada, que al antedicho secretario del sindicato estudiantil granadino –de otras provincias no tengo información suficiente– se le puede llamar imbécil analfabeto con absoluta propiedad y precisión filológica. Cosa que hago aquí, para que conste a los efectos oportunos, etcétera. Hasta a Adolfo Hitler, señoras y caballeros. Hasta a Stalin, Pinochet, Franco o Atila, si hace falta. Hasta al torturador más infame de la ESMA argentina, o al más bestia sargento de marines destacado en Iraq, sería interesante escuchar en una conferencia. Incluso al miserable De Juana Chaos, imagínense, mientras cuenta qué sentía pidiendo champaña cuando asesinaban a alguien. Después, que para eso está el coloquio, se discute o se le menta a la madre. Pero, como digo, después. Mientras tanto, la oportunidad de escuchar bien calladitos es oro puro, pues no hay mejor modo de escrutar el alma humana, tinieblas incluidas, adquiriendo conocimiento y lucidez –Mein Kampf o Sabino Arana, por ejemplo, son textos imprescindibles–. Por eso, y sin que el pobre don Manuel Fraga tenga que ver con los individuos antes citados, excepto con el Franco del que fue ministro –muy competente, por cierto– antes de participar de forma decisiva en la extraordinaria transición que España vivió en los años setenta, compartir la experiencia de su dilatada vida política es privilegio al que esa panda de tontos del culo granadinos renunció, para su propio mal. Ignorantes, también, de lo tradicionalmente española que es tan cerril actitud. Que ya en el siglo XVI escribía en su Viaje de Turquía el supuesto Pedro de Urdemalas: «La gente española, ni sabe ni quiere saber… De este vicio nació el refrán castellano que en ninguna lengua se halla sino en la española: dadme dinero y no consejos»

5 de noviembre de 2006 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ignorancia deliberada, también podría ser un título, con su permiso.